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¿Quiénes son los fariseos hoy?

Por: Antonio J. SÁNCHEZ

El fariseísmo es la máxima perversión de la religión, la más peligrosa sin duda porque mantiene la apariencia de santidad, pero la desmiente con las obras. El mismo San Juan Bautista les llamaba “raza de víboras”, epítome utilizado también por Cristo para resumir su comportamiento. Reparemos en que las víboras no se ven, son pequeñas, pero muerden al hombre de manera mortal.

Así actuaba y actúa el fariseísmo, pues sus integrantes tenían y tienen apariencia de bondad y de santidad a los ojos del pueblo, pero su levadura, que es la hipocresía, contamina y envenena a la gente de la manera más ponzoñosa, es decir, sin darse cuenta, al igual que una gota de veneno en un vaso de agua.

Hay un rasgo del fariseo que no se ha destacado mucho y es su materialismo. Cristo les impreca:

“«¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!”

Vemos que el fariseo le da de lado a lo más Santo, el Santuario, por ser el Templo donde habita Dios, y jura por el oro del Santuario, esto es, por lo secundario, lo material, lo humano (el oro lo aportan los hombres). De nuevo, vemos, la adoración por lo humano, por el dinero, por las apariencias, y no por lo sagrado, por Dios mismo.

Esa misma afirmación se deduce de su gusto por la política, mejor dicho, por la perversión de la política, que si bien es una noble profesión cuando se practica honestamente porque consiste en la búsqueda del bien común, no lo es la política como forma de ascenso social y de detentar el poder para ganancia personal. ¿Cómo interpretar si no el gusto de los fariseos por ser saludados en las plazas, por buscar los mejores sitios en las reuniones y sinagogas, por jurar por lo humano (el oro, la ofrenda) y no por lo divino o sagrado (el Templo, el altar)? Los fariseos juran por aquello que más valoran: y valoran más el oro y las ofrendas, que no son sino fruto del esfuerzo humano, que por lo sagrado. No se dan cuenta que las ofrendas humanas (el oro incluido) es sagrado porque está puesto al servicio de Dios. Siguiendo esta misma forma de pensar: aman lo externo, el oro de los cálices, no el cáliz por ser sagrado. Incluso podríamos decir, con los apóstoles (Marcos 13, 1), que admiraban el templo por su magnificencia, por su obra magna de arquitectura, por su fastuosidad, por su belleza humana, y no por ser la casa de Dios. Como vemos siempre en ellos, apariencia, gusto por lo externo, por lo humano y mundano, dejando de lado a Dios, su poder y su santidad.

Cristo mismo les echa en cara a los fariseos su afán de riquezas y su apego al dinero, reprochándoles una vez más su falsa apariencia de justicia y desapego al dinero (las limosnas que daban en público), cuando la verdad es que sus corazones eran avaros:

“«Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.» Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios” (Lucas 16, 13-16).

La hipocresía farisaica respecto a la limosna no queda mejor explicada en ningún sitio más que en Lucas 16, cuando Cristo narra la parábola del rico Epulón y de Lázaro, el mendigo que agoniza durante varios días a la puerta de la mansión del rico, sin que éste hubiera salido a socorrerle: como se ve, en la vida privada, cuando nadie les ve, los fariseos son avaros y no aman a los pobres, aquéllos a los que les daban limosnas en las plazas para ser alabados por el pueblo. Al pecado de avaricia Epulón le suma el de homicidio (dejar morir de hambre a Lázaro, teniendo los medios para evitarlo fácilmente) y el de hipocresía. Cristo pinta un retrato vivo con trazos indelebles de la maldad humana, que confronta con la caridad de los perros, que por amor a Lázaro le aliviaban lamiéndole sus llagas. Es fuerte pensar que Cristo pone a los fariseos y a su corazón empedernido por debajo del instinto natural de los animales.

El apego al dinero explica mucho de la conducta farisaica: demostraban su “religiosidad” en público para ser apreciados por el pueblo, pues se valían del pueblo para ocupar puestos de poder y, a fin de cuentas, para hacer clientela para sus negocios privados y públicos.

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