Por: Juan Cataño Bracho
Nació, el 20 de febrero de 1928, en el corregimiento de Lagunita de La Sierra, en la casa de Alto Pino propiedad de sus abuelos, y se crió en una finca de nombre Los Pajales, municipio de Barrancas hoy jurisdicción de Hato Nuevo, en La Guajira, y murió en Valledupar, Cesar, 22 de junio de 2013.
En Alto Pino creció y solo salió de allí a la edad de veinte años, ya siendo compositor. Era ciego de nacimiento, al igual que su hermano Urbano.
Empezó a formalizar sus canciones en su adolescencia, aunque desde niño se le manifestó la inquietud de hacer versos, le gustaba cantar desde muy temprana edad. En sus inicios se nutrió de las canciones de Emiliano Zuleta y Lorenzo Morales que andaban de boca en boca y tuvo la oportunidad de escuchar mucha música de la controversia entre Morales y Zuleta inclinándose principalmente por la de “Moralito” a quien reconoce como su “maestro”.
Aprendió a rimar versos escuchando décimas cantadas por Gaspar Brito y José María Figueroa que se encontraban en una fiesta y se retaban a un duelo en décimas.
Su primera canción se la atribuye a un enfrentamiento verbal que sostuvo con una señora, de nombre Avelina, que se mofaba de él para tratar de desvirtuar el interés que este manifestaba por una de sus hijas. Esta controversia degeneró en sátiras de donde nace la historia de la “Loba Ceniza” en la que Leandro saca a relucir la animadversión que, a su juicio, sentía la mencionada señora por el agua; lo que no le permitía bañarse.
Su historia toda está plasmada en canciones, desde su nacimiento. Ellas son el álbum de su vida, lo que otros en formato distinto podrían llamar un “estudio fotográfico”.
Por su limitación física creció entre la desesperanza y la frustración de su familia que le otorgaban pocas posibilidades de desarrollo y le restaban credibilidad a la posibilidad que tenía de sobrevivir ante la dura realidad de la vida, motivo por el cual creció en medio de manifestaciones de lastima y un poco de abandono abocado a los designios de la selección natural. Era tanta la incredulidad de su familia que su hermana mayor cuando empezaba a cantar de madrugada, que era su hora especial, se expresaba disgustaba de la siguiente manera: “ya va el loco ese a gritá que no deja dormir a uno”.
A pesar de su ceguera decía tener un poder mágico que le permitía establecer, a base de sentido, las relaciones con la naturaleza y así le da rienda suelta a su inspiración de manera natural.
Empezó a dar a conocer sus cantos como todo juglar de pueblo en pueblo y luego con su primer interprete Pedro Julio Castro, oriundo de San Diego, que fue su primer compañero de parrandas en Tocaimo.
Era un ser sensible al “lenguaje” de la naturaleza que la interpreta tan bien como si pudiera verla, porque desde niño entró en contacto con ella, como quiera que nació en el campo además de pasear por los pequeños jardines de sus hermanas que le sacaban a pasear donde fue percibiendo el aroma de las flores a partir del cual relacionaba sus nombres y con el tacto percibía las condiciones en que se encontraba el arbusto. Sus primeros veinte años los pasó aprendiendo de la naturaleza. De allí que podía describir con tanta precisión los cambios de la naturaleza, como si pudiera verla, como lo hizo en “El Verano”.
Era un compositor sin “artimañas”, todo lo hacía a base de concentración mental, que manejaba muy bien la mente como un libro abierto, porque al momento de hacer una canción todo se le venía con gran precisión.
Para percibir la belleza de la mujer se dejaba guiar por el oído, el sonido de su voz, de sus pasos lo que le permitía distinguir su elegancia, su estatura, su encanto y demás particularidades. A través del trato permanente con la mujer aprendió a conocerlas y a describirlas tan bien como puede hacerlo cualquier vidente. Este es el recurso que le permitió describir la belleza y la elegancia de “Matilde Lina” a quien magnificó de tal manera que pintó a la naturaleza haciéndole reverencia.
En el año de 1949 llegó a vivir en Tocaimo, un pueblo en la serranía del Perijá, jurisdicción de San Diego y llegó a familiarizarse tanto con su gente que soñó con hacerles trascender, por lo que les inmortalizó rindiéndole un homenaje con el nombre de su gentilicio: Los Tocaimeros, canción que ya citamos en otras páginas.
Considera que el que mejor interpreta sus sentimientos es Jorge Oñate de quien dice pareciera vivir sus canciones con su misma intensidad de tal manera que con él ellas conservan su esencia y en el acordeón de “Colacho” Mendoza sus obras se hacían inmortales.
A pesar de saberse predestinado a padecer su eterna ceguera, era un hombre de fe en sí mismo que no tenía temor de hacer lo que pensaba y expresar lo que sentía. Pero por sobre todas las cosas, tenía fe en la existencia y el poder de Díos de quien decía le designó para cantar como solo él podía hacerlo y no le dejó flaquear, por cuya fuerza ha pudo salir adelante. Esa es la concepción que le ha permitió afirmar que “Dios no me deja”.
El canto fue siempre su mejor arma de defensa, elogio y satisfacción de sus necesidades; tal como lo refleja en “La Diosa Coronada” que con un titulo subjetivo, es una forma de sátira, al que recurrió para desquitarse de la humillación proveniente de Josefa Guerra que le despreció en una fiesta de quinceañera en Tocaimo.
Dentro de los aires vallenatos sus fuertes fueron el paseo y el merengue por la comodidad que le brindaban para arreglar sus textos, no le gustaba la puya de la que decía “es un aire más para acordeoneros que para compositores”.
Entre sus canciones sentía un aprecio especial por “A mí no me consuela nadie” con la que pudo hacer muchas cosas en el campo musical, en el campo sentimental y en el campo de la amistad. En ella refiere el estado emocional que le produce no poder encontrar a la mujer que se duela de sus penas, mientras alaba la condición de sus amigos de los que considera “están muy bien posicionados”.
Leandro Díaz es un hombre que se hizo solo y en medio de su limitación física y no pudiendo trabajar materialmente encontró en el canto el medio para contar su historia, describir su realidad, ganar su sustento; al mismo tiempo que con su trascendencia impulsó el conocimiento de aquellos pueblos, mujeres y cosas con las que ha tuvo contacto. A través de su canto ha rechazó el abandono social, describiendo las distintas situaciones que encarnan la angustia existencial del hombre y con su gran sensibilidad captó la miseria y el atraso; tal como lo problematizó en “Yo Soy“.