Por: Juan Cataño Bracho
Quienes nos sentimos chiriguaneros, por origen o por arraigo, llevamos sobre nuestros hombres el orgullo de ser considerados de una tierra donde “la inteligencia es peste” en virtud a la preocupación por la buena educación que ha sido una tendencia histórica en la gente de nuestro pueblo, por lo que son incontables los profesionales que Chiriguaná le ha legado a la humanidad. Esto nos da la consideración, tal vez universal, de ser un pueblo educado y un pueblo que se educa es un pueblo habitado por hombres renovados, pues han logrado superar la época de la vida salvaje, de la irracionalidad.
“Una persona educada es aquella que tiene buenos modales, es cortés, atenta y respetuosa de los demás. También es aquella que tiene una base de conocimientos y una formación que le permite actuar en diferentes situaciones”. Esto explica por qué hay personas que, aunque tienen un título profesional, no demuestran ser educadas.
Sin embargo, no debemos perder de vista que, también subyacen en nuestra tierra personas que no tuvieron la oportunidad de educarse, que sobreviven sin cambiar su naturaleza irracional, en los cuales se ha incubado la frustración y el odio por todo lo que sobrepasa sus posibilidades. Es desde allí donde se incuba la maledicencia, las palabras soeces, la vulgaridad, las exhibiciones de las obscenidades, etc. Eso también configura el carácter de las personas que, aunque pase por los mejores claustros educativos, si su cambio no es radical, en cualquier momento puede dejar en evidencia la debilidad de su educación.
“La maldad humana ha sido entendida como una tendencia inherente o como una desviación social, por lo que Thomas Hobbes, en su obra Leviatán, describió la naturaleza humana como: “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve”. Esto no quiere decir que no hayan tenido la oportunidad de educarse, sino que no entraron en la onda de la educación o del hombre nuevo, según expresión que indica cambio o conversión.
“El hombre educado se caracteriza por ser racional, inteligente, consciente, y por tener una serie de cualidades espirituales”.
Lo anterior, talvez, es lo que hace que en Chiriguaná por épocas reine el Espíritu Santo, tiende a el Amor, el Gozo, Paz, la Paciencia, la Benignidad, la Bondad, Fe, la Mansedumbre y la Templanza; que parece reinar en Chiriguaná del 29 de agosto al 09 de septiembre, por ejemplo, cada año. Mientras que en otra época reina el espíritu demoniaco, que se caracteriza por el odio, la angustia, la intolerancia, la maldad, la incredulidad, la violencia verbal y el descontrol de los impulsos del cuerpo y de otras áreas de la vida, o sea nos destemplamos.
Eso nos pasa en Chiriguaná con ocasión de cada proceso electoral, desde cuando dejamos de depender de la producción agropecuaria, de la pesca y/o de la producción intelectual para vivir del erario público: reina la maledicencia. Afloran las falencias de nuestra educación y nuestro espíritu demoniaco.
No tengo dudas de que el ambiente, también, educa. Y, a quienes se interesen, ya tendré la oportunidad de contarles al lado de quien, como vecino, cuando las cercas eran de madera, viví, mis últimos años de niñez y primeros de adolescencia, en Chiriguaná. Por eso subyacen en mí expresiones que denuncian el hombre viejo que, aún, habita en mí.
Origen de la Maledicencia*
La maledicencia siempre tiende a arruinar la reputación del prójimo; esta puede ser provocada por algún motivo, o simplemente se habla mal de alguien sin ninguna razón.
La maledicencia no es solo el hecho de expresar palabras malas en sí mismas; también pueden ser palabras verdaderas, pero dichas con mala intención. Aunque digamos la verdad, no sirve de nada si nuestro propósito es malo.
No en vano la Palabra de Dios nos pone insistentemente en guardia contra la malísima costumbre –tan divulgada, por desgracia– de hablar mal de los demás. Los escándalos, la falta de amor, el desprecio, el odio y las divisiones son las tristes consecuencias de tan funesto hábito.
El rol de la lengua en la maledicencia
La lengua es un pequeño miembro, pero ¡cuánta influencia ejerce! “He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad” “La muerte y la vida están en poder de la lengua” (Proverbios 18:21). Las palabras dichas o escritas son como una simiente que lleva fruto, sea para vida o para muerte.
La maledicencia es un mal uso que hacemos de nuestra lengua, no hablando con amor para el bien y el provecho de nuestro prójimo, sino para satisfacer nuestras inclinaciones y nuestra vanidad, incluso con miras a nuestro propio provecho.
¡Cuántos sufrimientos y lágrimas ha causado la maledicencia! Es uno de los medios más poderosos utilizados por el enemigo para dividir, para arruinar familias enteras. Con qué ligereza se pasan por alto estas transgresiones de labios, como si no significase nada manchar la reputación de un hermano o hermana, olvidando que “el amor edifica”.
El amor a los hermanos nos guarda de la maledicencia; no toleremos que en nuestros corazones se introduzca ninguna clase de inmundicia. Así evitaremos muchos disgustos y seremos una ayuda para aquellos que tienen la tendencia a hablar mal de los demás. Si la persona que va de un lado a otro llevando chismes no encuentra eco, sino más bien una reprensión hecha con amor, quizá su conciencia sea tocada; y si no, por lo menos no hallará con qué alimentar el fuego de la calumnia.
La maledicencia no es solo una forma de hablar de nuestro prójimo, a través de la cual su reputación es envilecida, sino que a menudo juzga y habla de los demás con desdén, sin ningún amor. ¡Cuántos corazones son envenenados por esta ponzoña! ¡Cuántas familias y amigos han sido divididos! Cuando se ha sembrado la desconfianza, el resultado es la desunión, y el lazo del amor se rompe. A veces el fuego encendido por la calumnia no puede ser apagado hasta la misma muerte.
* https://ediciones-biblicas.ch/es/1899-la-maledicencia