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¿Es, realmente, bella nuestra ciudad?  

¿Es, realmente, bella nuestra ciudad?

No hay duda que Valledupar, capital del departamento del Cesar, es una de las ciudades más publicitadas de Colombia en virtud a la difusión de la música vallenata y del contenido de sus letras, que la describen de una manera estética y atractiva al gusto de quienes deseen explorar nuevos destinos y/o posibilidades de residencias y negocios.

Esto llegó a su máxima expresión con el calificativo de “Valledupar, Sorpresa Caribe” sublimada en tiempos de gobierno del doctor Aníbal Martínez Zuleta, Alcalde de Valledupar, que sin duda le dio un mayor impulso a los que se promocionaba como el mejor vividero del mundo, paraíso que describen nuestros cantos.

Tampoco hay duda que algunos de nuestros gobernantes se han dedicado a transformar, con buenas intenciones, el paisaje natural para armonizarla con el paisaje cultural que se promociona. Esto ha traído la transformación arquitectónica de nuestra ciudad, en armonía con los avances de la ciencia de la construcción que exploran la nueva Arquitectura y la Ingeniería Civil. Sin duda nos aproximamos a las grandes urbes.

Como balance del amueblamiento moderno de la ciudad, hoy contamos con inmuebles muy bien dotados, amplias avenidas, modernas edificaciones, grandes colegios, que por nuevos son de vanguardia y bien dispuestos para el desarrollo y formación de la juventud, instituciones que se encaminan a promover nuestra vocación cultural, sectores bien dotados que concentran que concentran todo tipo de especialidades, un comercio bien ubicado y con todo a la mano, etc.

Pero será que a la luz de lo que: “La percepción de la «belleza» a menudo implica la interpretación de alguna entidad que está en equilibrio y armonía con la naturaleza, y puede conducir a sentimientos de atracción y bienestar emocional. Debido a que constituye una experiencia subjetiva, a menudo se dice que «la belleza está en el ojo del observador».

Nada más con observar que, por ejemplo, en la calle 14, entre las urbanizaciones Santa Rosa y Las Flores, a pocos pasos de la sede administrativa del Servicio Educativo Nacional de Aprendizaje (SENA) está ubicado el Patinódromo Municipal y una cuadra más allá, entre las calles 13 y 13A, entre la línea divisoria, entre Las Flores y Garupal; está ubicada la moderna cancha de Las Flores. Pero a esas modernas y vanguardistas edificaciones, visitadas constantemente por delegaciones deportivas y sus acompañantes foráneos, las separa uno de los más grandes basureros que afean la ciudad, en la carrera 19D, entre calles 14 y 13ª, en plena esquina; promovido por una administración que, ante la impotencia de ejercer la autoridad contra los carromuleros y carretilleros, ante la ineficiencia de la empresa contratada para mantener la ciudad limpia (Aseo del Norte), no tuvo mayor “genialidad” que recomendar que depositaran allí todo tipo de desechos. Esta situación es común en diversos sectores de la ciudad.

Ni que decir del deplorable ambiente en que amanece sumida la ciudad por obra y gracia de los negocios de las llamadas comidas rápidas, que no nos dan demasiado tiempo de disfrute de un ambiente sano, por el poco tiempo que transcurre entre la acción de las escobas y la vuelta de operación de dichos negocios. 

¿Qué tan atractiva, armónica y bella pueden ser nuestras amplias calles y avenidas, ante la jauría del mototaxismo, donde se mimetiza la delincuencia y la forma intolerante como se ejerce el arte de conducir en nuestra ciudad, que son un atentado contra el placer de transitarlas y el deseo de disfrutar del malogrado paisaje cultural? Además, se debe relacionar la incomodidad e insalubridad que nos toca padecer ante la insuficiencia del sistema de alcantarillado, que mantiene a nuestras calles y avenidas convertidas en letrinas públicas. Ni que decir de los innumerables barrios que cuentan con el normal suministro de agua potable, como consecuencia de una mala gestión, la corrupción y la escaza planeación.  

¿Qué tan armónica, bella y placentera puede resultar la experiencia de llevar los niños al parque, ante la amenaza de la delincuencia, la mendicidad, la prostitución y el deambular de los viciosos que se han tomado nuestros “espacios públicos”? Esto sin contar las cantinas que invaden todos los sectores residenciales de la nuestra publicitada, planeada, pretendida e idealizada bella ciudad.  

¿Qué tan equilibrada, armónica,  atractiva y fuente de bienestar emocional puede ser una ciudad donde los controladores del tránsito no propenden por una mejor movilidad, sino por aumentar sus ingresos con base en el amedrentamiento y la extorsión a los conductores y propietarios de vehículos?Esto da al traste con la función de los parqueaderos y la pretendida recuperación del “espacio público”, que, hasta los mismos comerciantes, para evitar la competencia desleal, lo afectan ubicando sus mercancías en la zona peatonal. 

¿Qué tan bella pueda ser una ciudad en donde nuestras mujeres, de las cuales no sentimos tan orgullosos, no puedan lucir sus mejores prendas por temor a ser arrastradas por cualquier malandro, que han demostrado que no le temen a la justicia y no respetan los límites entre la vida y la muerte?

¿Qué tan bella y placentera puede ser una ciudad donde, sus fuentes más atractivas, como el río Guatapurí, tiene afectadas la vista, la tranquilidad y la sensación de belleza paisajística, su seguridad económica, personal y física? Donde nuestro orgullo de ser una las ciudades mejor arborizadas de Colombia y, tal vez, del mundo, se ha venido en nuestra contra, por culpa de delincuentes que, amparados en el derecho a ganar el sustento para sus familias, ponen nuestras vidas en peligro por la forma arbitraria, agresiva, abusiva y lejos de toda legalidad nos roban el derecho a disponer de nuestros frutos, por ejemplo, el mango; con la tranquilidad por habernos sacrificados para verlos crecer y producir.     

Por último, sin haber agotado el rosario de calamidades de nuestra urbe, ¿Qué tan bella, realmente, puede ser nuestra ciudad dónde el control de precios no existe, desde el desplazamiento en el servicio de taxis, en ninguno de los servicios públicos necesarios para el bienestar, desde los eventuales, hasta los más elementales para la solvencia de nuestros hogares; cómo agua, energía eléctrica, telefonía…?  

Por todo lo anterior, admitimos que Valledupar es una ciudad, potencialmente bella, pero, realmente, carente de armonía, equilibrio y de un precario atractivo para el bienestar emocional; donde la belleza se refleje en la forma de estar de sus habitantes. 

Aunque admitimos que esta no es una situación exclusiva de nuestra amada ciudad, con la esperanza de alertar a nuestras nuevas autoridades que padecen de lo mismo; desde aquí, alzamos la voz por el derecho que todos tenemos a vivir en un ambiente sano,  equilibrado, armónico , que corresponda a su atractivo natural y cultural, con bienestar emocional y seguridad personal; en donde no reine la desconfianza, la falta de solidaridad y el sentido de pertenencia. 

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