Ultimas

¿Por qué Jesús llama a los pecadores?

¿Por qué Jesús llama a los pecadores?

Cuando miramos con detenimiento los evangelios, que son la fuente principal para nuestro conocimiento de Jesús y su mensaje de salvación, no podemos dejar de notar algo que es totalmente claro y muy diciente: Jesús tenía una manera especial y muy propia de acercarse a las personas, particularmente a aquellas que por su condición social, su condición económica, o las circunstancias particulares de su vida, eran rechazadas, marginadas y hasta perseguidas, por quienes se consideraban a sí mismos mejores personas que ellos. Jesús amaba con un amor en especial a los niños, a las mujeres, a los enfermos, y a quienes eran considerados pecadores, por las autoridades religiosas de su tiempo.

Algunos ejemplos concretos de esta relación especial de Jesús con los pecadores, podemos verla con claridad, en las historias de Mateo (Mateo 9, 9-12), Zaqueo (Lucas 19, 1 -10), la pecadora que lavó sus pies en casa de un fariseo (Lucas 7, 36 ss), la mujer adúltera (Juan 8, 1-11), el buen ladrón (Lucas 23, 39-43), entre otras muchas. Y también, en la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18, 9-14), y las parábolas del hijo pródigo, la oveja perdida y la moneda perdida (Lucas 15).

  • ¿Por qué actuaba Jesús así?…
  • ¿Qué lo movía interiormente a acercarse a estas personas, rechazadas por los demás?…
  • ¿Cómo entendía Jesús el pecado?…
  • ¿Qué buscaba conseguir con sus palabras y con su modo de proceder?…

Desde el comienzo de su vida pública, Jesús entendió que su misión, la tarea que el Padre le había encomendado, era proclamar la buena noticia de la llegada al mundo del Reino de Dios, que ya habían anunciado los profetas. El Reino de Dios, o el reinado de Dios, que tiene como principio y fundamento el amor misericordioso que Él siente por nosotros; su perdón y su gracia, para todos los que creen en Él; su justicia, su verdad, la libertad y la paz que nos comunica; por eso las palabras con las cuales inició su predicación, fueron:

El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1, 15).

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos, y proclamar un año de gracia del Señor” (Lucas 4, 18-19).

Y más adelante:

No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores» (Lucas 5,31-32).

En el cumplimiento de esta misión, Jesús encontró muchas dificultades, la mayoría de las cuales procedían de los fariseos, los escribas y los doctores de la ley, que eran las autoridades religiosas de aquel tiempo, y tenían su manera propia de ver las cosas, y de enseñarlas y exigirlas a la gente del común, que estaba sometida a sus dictámenes.

A pesar de sus diferencias en otros aspectos, los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, habían llegado a la conclusión unánime, de que lo más importante para los judíos, como pueblo de Dios que eran, era cumplir al pie de la letra, la Ley de Moisés y los 613 preceptos añadidos a lo largo de los siglos, para complementarla. Quien no lo hiciera así, era considerado pecador, y quedaba condenado a llevar sobre sus hombros esta carga pesada, a menos que cambiara de actitud de una manera radical.

Habían llegado incluso al punto, de determinar que algunas profesiones u oficios eran en sí mismos pecaminosos, porque implicaban contactos prohibidos por los preceptos de pureza que se habían inventado. Tal era el caso, por ejemplo, de la medicina, porque suponía y exigía relación directa y contacto físico con los enfermos, que por su situación eran tenidos además como pecadores, a quien Dios castigaba su pecado o el pecado de sus padres con la enfermedad.

Lo mismo ocurría con las mujeres, en determinadas circunstancias de su vida, como el parto y el período menstrual, que las hacían impuras a ellas y a todo objeto, animal o persona que las tocara.

A todo esto se opuso Jesús, de una manera radical, porque cree y anuncia como verdad fundamental, que Dios nos ama como un padre ama a sus hijos, que quiere siempre lo mejor para nosotros, y que sabe perdonarnos cuando le fallamos y somos capaces de reconocer con humildad nuestro pecado, y poner nuestro empeño en superarlo.

Para respaldar sus palabras, Jesús comparte su vida con aquellos que son considerados como pecadores, solidarizándose con ellos no sólo delante de Dios, sino frente a quienes los rechazan y condenan, los libera de su experiencia de culpabilidad, los invita al cambio de vida, les da la oportunidad de reincorporarse a la sociedad, y de esta manera anticipa en las comidas y banquetes en los que participa con ellos, la fiesta final de su encuentro con Dios.

Jesús busca que quienes se sienten pecadores, tomen conciencia de su pecado, y del mal que sus acciones equivocadas implica para ellos mismos y para la sociedad a la que pertenecen, y los invita luego a arrancar esos pecados de su corazón, porque es allí, en el corazón mismo del ser humano, y no fuera de él, donde el pecado tiene su origen y su raíz. Recordemos sus palabras:

Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre» (Marcos 7, 21-23)

Todas las acciones y todas las palabras de Jesús tienen esta motivación central: hacer entender a quienes lo escuchan, y en ellos a nosotros, que cuando actuamos, no movidos por el amor, como hijos de Dios que somos, sino dejándonos llevar del egoísmo y de la ambición, nos deshumanizamos, y por lo tanto, nos alejamos de Él y de su Voluntad al crearnos, que debe ser nuestro punto de referencia permanente.

Jesús se acerca a los pecadores, habla con ellos, come con ellos, y de esta manera, sin acusarlos, sin ofenderlos, sin discriminarlos ni marginarlos, les ayuda a tomar conciencia de su situación, les hace presente el amor que Dios siente por ellos, y los invita a convertirse, a cambiar de vida. Podemos verlo muy claramente en la historia de Zaqueo, que nos refiere san Lucas en su evangelio:

Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa».  Zaqueo se apresuró a bajar y lo recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»» (Lucas 19, 2-10).

Con sencillez, pero también con firmeza, Jesús nos enseña:

  1. Que todos somos débiles y pecamos, lo cual significa, que no tenemos derecho a juzgar y a condenar a los demás. Dice:

«No juzguen, para que no sean juzgados. Porque con el juicio con que juzguen serán juzgados, y con la medida con que midan se les medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: «Deja que te saque la brizna del ojo”, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano» (Mateo 7, 1-5).

  1. Que los «pecadores» no son para excluirlos de nuestro trato, para rechazarlos, sino para acogerlos con amor, a la manera de Dios, que nos ama infinitamente, a pesar de nuestras debilidades y de nuestros pecados, como nos lo muestra en la Parábola del Hijo Pródigo y en las demás parábolas de la misericordia, que nos narra Lucas en el capítulo 15 de su evangelio, y en las que Jesús mismo anuncia:

«Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tienen necesidad de conversión» (Lucas 15,7).

Esta es la maravillosa noticia de Jesús, la Buena Nueva que vino a comunicarnos, con el deseo de que la aceptemos en nuestra vida y la pongamos en práctica, y también que la anunciemos a los demás, porque estamos llamados a ser discípulos y misioneros suyos.

Jesús elige a Saulo

Saulo era un ciudadano romano que nació en Tarso. Era un fariseo experto en las leyes judías y odiaba a los cristianos. Los arrastraba afuera de sus casas, a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Hasta se quedó de pie mirando mientras un grupo de gente furiosa mataba a pedradas al discípulo Esteban.

Pero Saulo no se contentó con arrestar cristianos solo en Jerusalén. Por eso le pidió al sumo sacerdote que lo enviara a la ciudad de Damasco para perseguir también a los cristianos de allí. Cuando Saulo ya estaba cerca de la ciudad, una fuerte luz brilló a su alrededor, y él cayó al suelo. Entonces escuchó una voz: “Saulo, ¿por qué me persigues?”. Saulo le preguntó: “¿Quién eres?”. La voz le respondió: “Soy Jesús. Ve a Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer”. En ese momento, Saulo quedó ciego, y lo tuvieron que llevar de la mano hasta la ciudad.

En Damasco había un fiel cristiano llamado Ananías. Jesús le dijo en una visión: “Ve a la casa de Judas, en la calle llamada Recta, y busca a Saulo”. Ananías respondió: “Señor, he oído muchas cosas sobre este hombre. Él está metiendo a tus discípulos en prisión”. Pero Jesús le dijo: “Ve adonde él, porque he elegido a Saulo para que predique las buenas noticias de Dios en muchas naciones”.

Así que Ananías se fue adonde Saulo y le dijo: “Saulo, hermano, Jesús me ha enviado para que puedas volver a ver”. Enseguida, Saulo pudo ver otra vez. Aprendió cosas sobre Jesús y se convirtió en su seguidor. Se bautizó y empezó a predicar en las sinagogas con sus compañeros cristianos. ¿Te imaginas qué sorprendidos estarían los judíos? Ahora veían a Saulo enseñando a la gente acerca de  Jesús. Los judíos se preguntaban: “¿No es este el mismo hombre que perseguía a los discípulos de Jesús?”.

Por tres años, Saulo le predicó a la gente de Damasco. Los judíos lo odiaban y planearon matarlo. Pero los hermanos se enteraron del plan y lo ayudaron a escapar. Lo bajaron por un hueco de la muralla de la ciudad en una canasta.

Cuando Saulo fue a Jerusalén, trató de ir a ver a los hermanos. Pero ellos tenían miedo de Saulo. Entonces, un discípulo muy bueno llamado Bernabé llevó a Saulo adonde los apóstoles y los convenció de que Saulo había cambiado de verdad. Saulo se unió a la congregación de Jerusalén y empezó a predicar con entusiasmo las buenas noticias de Dios. Con el tiempo, la gente empezó a llamarlo Pablo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *