Por: Juan Cataño Bracho
El hombre, por el hecho de haber nacido en un determinado territorio, no está condenado a cantar siempre de la misma forma. Bien lo manifestó Wilfran Castillo, en un conversatorio sobre el tema: “si yo hubiera nacido bajo la influencia exclusiva del vallenato tradicional seguramente sería un compositor de clásicos del vallenato”.
Pero más obsoleta es la pretensión que tenemos los vallenatos de exigirle al acordeón dedicación exclusiva a la interpretación del vallenato tradicional y nos angustia escucharle de la forma en que se utiliza en otras latitudes o géneros.
Pretender encasillar musicalmente al hombre vallenato es negar la misma evolución de la música vallenata, que aunque se pretenda desconocer, así hayamos delimitado nuestros ritmos, no es el mismo de ayer a hoy. Cada hombre es hijo de su época, por el filósofo español Ortega y Gasset: dijo “yo soy yo y mi circunstancia”, queriendo decir que no todo lo que le sucede depende de él, que él o ella no son del todo responsables porque también han influido las circunstancias.
La “circunstancias” dan significado al entorno, es decir a vivir inmersos en el espacio y ambiente que nos
corresponde. Cada hombre es producto de su época y, por lo tanto, sus expresiones, a pesar de la información tradicional obedecen al momento histórico en que se producen.
El hombre, a pesar de su libre albedrío, es, ante todo, hijo de las circunstancias y tiene que aceptarlo en la forma en que lo recibe al nacer. La producción humana siempre existe en una forma social determinada,
históricamente constituida. Los rasgos generales de la producción adquieren un carácter diverso según sea su tipo histórico.
Desde antiguo el hombre siempre ha buscó en las formas poéticas – tal vez la más hermosa – de contar hechos y cantar sentimientos. Por eso en los poemas épicos se leen las grandes hazañas de unos o varios iluminados que por su patria, sus creencias o sus afectos, se enfrentaron a toda suerte de vicisitudes y/o circunstancias. En el soneto está el secreto cálido y lacerante de un tormento de amor o la magia lirica de un instante que se perpetúa en la rima. Los nocturnos y poemas son espejos velados por las lagrimas de nostalgia o de despecho…pero es la copla popular la que ha sido, siempre, el medio más idóneo con que ha contado para expresarse y relatar, bajo el exigente imperio de la métrica, los acontecimientos y
situaciones que vive y se viven a su alrededor.
En versos se expresa la actualidad, la historia, la leyenda y la filosofía de éste universo. En esa simbiosis cautivadora de música y poesía se sintetiza la idiosincrasia y toda la singularidad del hombre Caribe. Es una de las mejores expresiones de nuestra riqueza cultural, espiritual y artística.
El canto, como lenguaje, surge de la necesidad de un hombre concreto frente a su mundo, como forma de dar cuenta de sus propias experiencias en el mundo que compone su hábitat. Para el hombre es imperioso comunicar su experiencia, la práctica, la vivencia de cuanto lo rodea.
La canción vallenata conserva la invariable característica de la canción folclórica universal que surge como respuesta a la necesidad de todo conglomerado humano, de producir textos y mensajes, y consumirlos
satisfaciendo necesidades fundamentales de comunicación y expresión.
El cambio literario operado en la canción vallenata se percibe sobre todo con el paso paulatino del estilo narrativo – costumbrista con un fondo de historiografía épica con temática regional, a nuevas formas representadas por una estructura de poesía lírica de carácter universal, a diferencia de muchos textos de la forma narrativa, para cuya comprensión y aceptación era necesario ubicarse en el contexto socio-cultural en donde acontecía el hecho narrado; aunque sucedió muchas veces que, dada la carga emotiva
que el creador ponía a una canción, esta adquiría una fuerza tal que terminaba imponiéndose sin ser comprendido su mensaje.
Según los filósofos existencialistas el hombre es, ante todo, una realidad concreta inacabada con conciencia y libertad cuyo destino es “hacerse”, es decir, en medio de las múltiples contradicciones de su propia vivencia espacio-temporal lo cual engendra en él la angustia por enfrentarse con responsabilidad ante la incertidumbre, el fracaso, lo misterioso e inexplicable de su propia existencia.
En conclusión: un buen compositor se puede mantener vigente si, conservando una técnica, interperta el espíritu de la época.