Por: Juan Cataño Bracho
Esta noticia, que me llegó en días pasados de Chiriguaná, me ha puesto a reflexionar sobre si la cultura se crea a través de la aceptación pasiva de las circunstancias o a través de la acción activa sobre la naturaleza:
“La Alcaldía de Chiriguaná declaró la alerta roja y la calamidad pública en ese municipio al centro del Cesar, tras las inundaciones que han causado en el 70% de la zona céntrica y la periferia los aguaceros en los últimos días. Las medidas fueron adoptadas para canalizar ayudas hacia las comunidades afectadas.
En total 14 barrios de la cabecera están inundados. “Nos encontramos estructurando un plan de contingencia que permita mitigar las averías que a su paso viene dejando dicho fenómeno”, dijo el alcalde Carlos Iván Caamaño Cuadro.
“Recorrimos los diferentes puntos de la cabecera con el fin de validar las averías que ha dejado este fenómeno natural, lo que conllevó a la administración municipal a declarar Alerta Roja y Calamidad Pública a través del Decreto 144 del 26 de julio de 2020”, puntualizó.
El mandatario indicó que el canal que atraviesa los barrios Campo Soto, Laureles, 11 de Noviembre, Villa Siria y termina en la vía Los Martínez, está obstruido por escombros y basura; también se registra problemas con el desagüe de los barrios Barranquillita, San Tropel, entre otros; y en el canal que comprende los predios cercanos al Bachillerato, que pasa por el barrio El Carmen hasta el sector de La Ciénaga.
El gobierno municipal avanza en la formulación de un proyecto cercano a los 200 millones de pesos, para la intervención de todos los canales.
“Con la declaratoria de calamidad pública se agilizarán todos los procesos contractuales para intervenir los grandes canales que atraviesan el perímetro urbano del municipio de Chiriguaná y que tantos problemas ha ocasionado”, sostuvo el alcalde.
El Decreto 114 del 26 de julio de 2020, por el cual se hace la declaratoria en situación de calamidad pública en Chiriguaná, será por tres meses prorrogables, siempre que sea necesario para establecer medidas que sean más eficaces para la atención de respuesta, o nuevos hechos se presenten con posteridad a su promulgación, previo concepto favorable del Consejo Municipal para la Gestión del Riesgo de Desastres.
Al menos 130 familias se encuentran damnificadas en el municipio, muchas de las cuales perdieron sus enseres y sus viviendas quedaron entre el agua”.
Esta es una decisión que me confronta con mi pasado por la creencia de que los habitantes de Chiriguaná habíamos aceptado pertenecer a una cultura anfibia y por eso nunca me acostumbré a ver en la convivencia entre el agua como una calamidad.
José Alarcón, en su Compendio de la historia del departamento del Magdalena, publicado a través de la Imprenta Departamental, en Santa Marta, año de 1963; nos ilustra sobre nuestra naturaleza, cuando afirma que: “El hombre anfibio, habita en las orillas de las ciénagas y de los ríos que circundan la geografía regional. A partir de ese hermoso paisaje ha ido forjando su modo de ser y su cultura, denominada anfibia o de agua. Es el ribereño y cienaguero un hombre fiestero, parrandero, indisciplinado, gozón, bailador, mamador de gallo, es decir, deja’o. Fruto de esa relación con la naturaleza.
Los habitantes de la ciénaga de Zapatosa, mantienen una unidad fenotípica, sociológica y lingüística, que los identifica con los grupos ribereños. Se trata de una población que se ve marginada por el proceso de latifundismo que se apropia de los playones anteriormente comunales”.
Crecí en Chiriguaná bajo la creencia que teníamos dos formas de vivir: de una forma en tiempos de lluvia y de otra forma en época de sequía, pero sin creer que cualquiera de las dos era una calamidad. Eso equivaldría que en Venecia (Italia) o Etiopía (África) viven en una permanente calamidad: aquellos por vivir sobre el agua y estos por las extensas temporadas de sequía. Sencillamente, asumo que las personas escogemos, voluntariamente, una forma de vivir y su manera de estar se convierte en una cultura, una costumbre. Con esto no pretendo que el ser humano debe aceptar pasivamente la calamidad, lo que pretendo es posicionar mi creencia que es el hombre quien escoge una forma de estar en la vida, una determinada relación con la naturaleza. Sobre todo cuando en nuestro medio es una realidad, por ser tierras bajas, que hay periodos en que las aguas invaden nuestro espacio vital y nos toca crear alternativas de defensa. Presento disculpas si se quiere entender que no comparto la Misericordia que, es posible, practican los gobernantes cuando asisten a las necesidades de sus conciudadanos. Lo que quiero hacer visible es el cambio de mentalidad que las nuevas dinámicas administrativas inculcan en las personas.
Crecí en una cultura anfibia, en tierra y en agua, donde se hizo recurrente la pregunta: ¿ya metió…? ¿ya sacó…? Para significar que hay una época en que la vida se desarrolla en lo seco y otra se desarrolla en lo húmedo (la sabana y el playón). O sea, por ejemplo, en Chiriguaná el que optó por la ganadería entendía que debía tener un lugar en el playón y un lugar en la sabana para sostener su ganado y eso nos armonizaba con la naturaleza. Recuerdo que en esa época se convertía en un entretenimiento, cuando bajaban las aguas, señalar en la marca de los arboles la altura que habían alcanzado para medir su relación con la temporada anterior. Es más sabíamos que las estancias de las personas, las cercas y los corrales debían ser reconstruidas al retorno. Es más, el mismo casco urbano representaba una isla, guardadas las proporciones de profundidad y extensión. O sea, aquel pequeño pueblo era un círculo de agua, cuyo entorno era armónico con la forma de estar de las personas.
Hacia el Occidente el playón empezaba un poco antes de la laguna de oxidación (en lo que se conocía como la “casa de Polocho” que hoy llaman Las Mercedes y que la necesidad se ha anexado al perímetro urbano. Por el Sur el playón iniciaba en el pozo del “palo cai’o”. Hacia el Oriente nos dirigíamos hacia la sierra del Perijá a través de pantanos y caminos o trochas (hacia Pacho Prieto y Barahona) por corrientes de agua que eran, simultáneamente, ríos y caminos. Por el Norte teníamos relación con la ciénaga detrás de lo que en un tiempo fue la cancha municipal de futbol, que después destruyeron para convertir en una pretendida terminal de transporte. Por allí era el sector de un balneario ocasional llamado “el Chorro”, igual era “el tendal” y “la puntica”. Otra ilustración de estas circunstancias nos la da las rutas para llegar a una parte alta, al otro lado de la ciénaga, una estancia conocida como “La Nevada”, que últimamente fue propiedad de “Cucho” Peinado, hacia la cual el arribo no fue siempre el mismo: en tiempo de verano se llegaba por sobre la ciénaga seca y en invierno se tenía que hacer la travesía por el sector que hoy se conoce como Las Camándulas” y ahora lo más popular, conocido como el sitio recreacional “Villa Loly”. Estábamos rodeados de balnearios naturales de invierno, que en ese tiempo conocíamos como “chambas” o jagüeyes. Es más el mismo puerto, o sea donde llegaban las canoas, chalupas, Johnson, etc., era móvil, en virtud a la afluencia de las aguas y originó la famosa poesía de Luis Alejandro Alvarez Vanhestralen titulada ¿Qué se hizo el puerto? Que en uno de los aparte de su letra dice:
El puerto se va y se viene, es igual a los luceros
De noche nos acompañan y en el día ya no los vemos
Así nos pasa a nosotros, en este vaivén eterno
Vamos muriendo los viejos y más niños van naciendo
Así me gusta que seas mi puerto chiriguanero
Que te alejes en verano y te acerques en invierno
Yo recorrí cuando niño tu abanico de senderos
Y pregunté en cada viaje: ¿hoy…donde está el puerto?
Reitero, no trato de deslegitimar la acción de las autoridades de turno ante esta coyuntura, solo trato de hacer entender que en otros tiempos convivir con el agua no era calamidad, era una circunstancia temporal que aprendimos a disfrutar y que se volvió una cultura entre nosotros. Entonces, como no lo concebíamos como un mal, nos acostumbramos a esperar que pasara la temporada y no demandaba de nosotros el interés de darle una solución de coyuntura o definitiva.
Tal vez, por aquella cultura, es que la gente de aquella época nos identificamos con las descripciones de Adriano Salas, que en invierno cantaba así:
Adiós Caño Lindo ya me voy despidiendo
Adiós panorama delicioso de los llanos
Se va Adriano Salas por motivo de invierno
Ahora volveré en el próximo verano
Ya no se ven los pastos por el agua
Está inundada toda la región
Ya no acompaño más con mi guitarra
A las aves silvestres del playón.
Pero que a la llegada del verano retornaba cantando de la siguiente manera:
Caño Lindo dime que te ha sucedido
A donde está el Panorama de los llanos
Las aves silvestres todas cambiaron de nido
Una por una todas se fueron volando
Tú fuiste conmigo confidente y bueno
Yo vine a ver lo que te había pasado
Te abandoné por motivos de invierno
Y hoy te busqué por culpa del verano.
Celebro la disposición de las autoridades a propiciarles a sus conciudadanos una vida mejor, que considero debe pasar más por la regulación del urbanismo y la construcción de un reservorio de agua o lo que hoy llaman una represa, que resuelvan el problema de forma definitiva, para que no se convierta en una estrategia que utilizan las administraciones para captar o mover recursos que a la postre no resuelven nada sino que pasan a engrosar las arcas de los corruptos.
A pesar de la presunción de la inocencia de las autoridades de turno, creo, con nostalgia, estar asistiendo al arribo de una nueva cultura, “la cultura de la calamidad”, que algunos podrían llamar “la cultura de la vida mejor” y la despedida de una vieja cultura, “la cultura anfibia”, o lo que otros llamarían “la cultura de la resignación”.