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A mi padre lo operó el hombre invisible

Por: Oscar Martínez Ortiz
 
Mi padre, en calidad de paciente programado para una cirugía de rodilla, llegó de manera puntual a las seis de la mañana a la Clínica de Alta Complejidad, de Valledupar.  Allí lo recibió una jovencita vestida con bata de enfermera. Lo primero que se le dijo al personal encargado de su ingreso es que el paciente es un señor de 80 años y sufre de EPOC, cuya respiración es dificultosa y por ende no puede permanecer por mucho tiempo acostado en posición rígida mirando hacia arriba. (Situación que deben saber los médicos sin necesidad de que se les diga, sin embargo se les notificó).

 
 
A partir de la hora del ingreso al área de cirugía, no se volvió a saber nada sobre mi padre, ante esa incertidumbre y ante la tortura del silencio indiferente, el tiempo parecía detenerse, daba la sensación de que las horas pasaban más lentas que nunca, pero no había otra alternativa diferente a la de resignarse a esperar y esperar. Totalmente resignados, así lo hicimos mis hermanos, mi madre y yo.

   
Todos nos mentalizamos para la larga espera, nos obstante calculábamos unos tiempos y albergábamos la posibilidad de obtener alguna información por lo menos cuatro o cinco horas después del inicio de dicho proceso quirúrgico y que por fin el médico cirujano a cargo se dejara ver su rostro. Pero no, llegaron las seis de la tarde y aún no se sabía nada de nada. Durante todo ese tiempo me limité a reflexionar sobre la calidad de la salud en Colombia, específicamente de lo que pasa en Valledupar y por mucha lógica que traté de ponerle al asunto, inclusive tratando de justificar todo lo que observaba, no pude evitar una conclusión contundente: ¡EN VALLEDUPAR LA SALUD NO SIRVE!  

    
Llegaron las ocho de la noche y la impotencia cada vez mayor se apoderó de todos los Martínez Ortiz, incluido el suscrito, al punto que se convirtió en soberbia, sentíamos que, muy a pesar de la gran zozobra, no había un solo rostro médico que nos diera un reporte oficial, la impresión era de estar todo el tiempo frente a unas paredes, frente a una modernas moles de cemento y muchos equipos de alta tecnología, pero no veíamos un médico por ninguna parte, sólo la “niña” vestida de enfermera que pasaba y pasaba, respondiendo a medias nuestros angustiosos interrogantes. 
 
Y fue ahí cuando vino Troya, se revelaron los Martínez Ortiz, no sólo porque no nos daban respuestas sobre el estado actual de la salud del viejo Martínez, sino porque además pretendían dejarlo toda la noche en sala de recuperación que no era algo distinto a un congelador con una rígida camilla de un solo cuerpo, cuyo ocupante sólo tenía derecho a unas mínimas sábanas que parecían de papel y a estar estáticamente tendido mirando el techo, mientras que su respiración se tornaba cada vez más difícil y su organismo titilaba de frio. La excusa era que no había habitación con cama disponible. 
 
Pero Dios nunca abandona a sus hijos, cuando ya no faltaba a quien más insultar por todo lo ocurrido, se me dio por caminar por uno de los pasillos tratando de tranquilizarme y pensar en una solución salomónica, he ahí observo un señor bien vestido con un carnet de la clínica con planes de salida para su casa, lo abordé y casi que con suplicas le pedí que me ayudara, él me miro con cara de inteligente pero con mucha amabilidad, me dio la mano y me dijo: “mucho gusto soy Javier Casadiego el coordinador de calidad de la clínica”, inmediatamente retornó mi alma a su cuerpo. Y así fue, este gran señor resolvió en 15 minutos el problema, a las diez de la noche ya mi padre estaba cómodamente instalado en la habitación 213. Dios se lo pague doctor Casadiego.  

   
Pero en medio de todo siempre estuvo presente el interrogante que todos me hacían ¿Pero dónde está el médico que lo operó, quién es? esa pregunta fue tan reiterativa e intensa que en medio del desespero no se me ocurrió otra cosa que responder de manera enérgica: “no sé, a mí papá lo operó el hombre invisible”.         
 
Lo cierto es que hoy jueves 14 de marzo de 2019, después de más de 24 horas de la cirugía, mi padre sigue en proceso de recuperación en la habitación 213 y todavía no le conocemos el rostro ni la voz al médico que operó al señor Pedro María Martínez Andrade. Estamos en la era de los médicos invisibles.

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