Por: Juan Cataño Bracho
Cuántos jóvenes se han perdido en el camino de la construcción de su ser por la falta de atención de profesores que buscando la construcción del conocimiento pierden de vista al ser humano. Porque no hay dudas que muchas veces los profesores se olvidan de ayudar al estudiante a descubrir el ser que debe llegar a ser.
Es ahí donde radicó la virtud de Oswaldo Aguilar Pérez, un chiriguanero auténtico que falleció el 14 de noviembre de 2019, quien había dedicado su vida a formar jóvenes que llegaban a su magisterio en el colegio Juan Mejía Gómez de Chiriguaná y al Manuel Germán Cuello de Rinconhondo. Era un chiriguanero auténtico y, como tal, de espíritu tranquilo, que impartía sabiduría en medio de las bromas que configuraron su forma de ser y de vivir.
Oswaldo Aguilar Pérez sabía que detrás de las obligaciones que le impone al estudiante el Proyecto Educativo Institucional (PEI) hay en cada uno un proyecto de vida personal que se debe ayudar a descubrir, aunque la masificación de la educación deje poco tiempo para trabajarle; pero es una realidad a partir de que cada ser humano representa a un ser racional de naturaleza individual, único e irrepetible.
En la búsqueda de esa realidad es donde se erigen los hombres, los maestros, que dejan huellas en sus discípulos. Pues no se debe perder de vista que: “El Maestro es un escultor de seres humanos; cuya principal misión es hacer surgir en cada uno de sus alumnos lo que deben llegar a ser; el que los impulsa a luchar incansablemente por encontrar su sentido existencial; los convierte en buscadores de tesoros, mediante la realización de su propia vocación y su sueño más importante es que cada uno de ellos logre trascender y cumpla plenamente con la misión que Dios le concedió al nacer”.
Fue en la implementación de ese principio donde Oswaldo Aguilar Pérez dejó huella en mí, toda vez que siendo Yo un estudiante de buen desempeño académico, pero de una disciplina poco ajustada al modelo que se espera de la masa estudiantil, se dedicó a hacer que pudiera distinguir que la persona debe fijarse en sus virtudes que le pueden hacer distinguir de la masa amorfa y dejar de lado los vicios que le llevan a ser detestable por la sociedad. Fue él, quien sin tener en cuenta mis desvaríos disciplinarios, me llevó, como premio a mis logros académicos, por lo menos en ciencias sociales que era el área que el impartía, me incluyó en la lista de los estudiantes que por su rendimiento académico merecían izar la bandera. ¡Qué orgullo para mí, portar en el pecho la banderita de los distinguidos de aquel acto cívico y qué gran recuerdo me dejaste mi inolvidable Maestro!, porque es ésta huella la que siempre me ha permitido decir de Chiriguaná: fuiste la tierra que escogió para mí el señor, con toda el alma Padre Santo te agradezco, esta es la tierra de mis mejores Maestros y en tus sabanas tuve mi primer amor.
Así como contribuiste, oportunamente, para que yo encontrara el verdadero rumbo que debía darle a mi vida, fuiste sabio al conceptuar, en tu argot chiriguanero, cuando alguien desatendiendo su verdadera vocación se desviaba hacia un campo de desempeño extraño, como aquel mensaje que le enviaste al abogado, que apartando el derecho quiso incursionar en el campo musical, produciendo un fonograma, y le mandaste a decir con el vendedor: “eso cambia’o por mierda es caro”. Porque tu franqueza y sabiduría te facultaba para decirle al pan pan y al vino vino,
Ofa: a pesar de las trampas que nos pone el día a día, los afanes de la vida y la competencia que en la que nos sumerge la vecindad, siempre tuviste hacía mi familia una frase de cariño y tu abrazo hacía que cada regreso mío valiera la pena, por sentir el cálido abrazo de un amigo, un padre, un hermano; un buen vecino. Gracias por hacer agradable los últimos días de mí padre, para quien tu presencia siempre fue cálida y grata, tanto que verte fue uno de sus últimos deseos.
Te envío al Cielo mis lágrimas y éste recuerdo, porque tu inesperada partida hizo imposible hacerte un homenaje en vida; pero sé que ésta solo es explicable porque hay un grupo allá, Gonzalo, Ricardo y mi Papá, a quienes también le hacía falta tu sonrisa expresiva, llena de sinceridad y afecto, la que siempre te afloraba cuando tu espíritu manaba una respuesta. Te recordaré por siempre, porque fuiste el precursor de mi autoestima.
El tiempo se ha convertido en mi peor enemigo, porque me está quitando las cosas queridas…